Detrás de una puerta verde y alta de una casa de Filandia -Quindio, se esconde toda una historia que los habitantes del Paisaje Cultural Cafetero deberíamos conocer pero que don José Valencia, su propietario, a pocos deja ver, no porque no quiera, sino porque algunas personas y en especial los gobernantes, lo han desilusionado.
Don José es arriero de nacimiento. De estatura baja y con las cicatrices propias de quien ha estado tantos años bajo el sol, cuenta que desde los cinco años empezó a trabajar con su padre y que hoy en día, por medio de los elementos que conserva, espera hacerle un gran homenaje. Se refiere a su progenitor, quien se llamaba como él, José, con el respeto más grande que un hijo puede ofrecer y recuerda cómo se crío en el mundo de la arriería. Aunque fue un trabajo duro, afirma que era necesario hacerlo y que, gracias a los ocho bueyes y las seis mulas que tenían en su familia, pudieron traer desde los puertos muchos elementos para construir estos pueblos de tradición cafetera.
Nació en la vereda Santa Teresita en Filandia en 1938. Siendo el cuarto de siete hermanos, creció en medio de una familia humilde con un fuerte amor hacia el trabajo. Cuenta que los arrieros, con sus pies descalzos o con alpargatas, caminaban largas horas junto a sus mulas. Vestían de pantalones arremangados generalmente hasta la rodilla y cubiertos con un delantal corto y de lona gruesa que denominaban «tapapinche?. Usaban también un poncho delgado, sombrero de caña y un carriel donde guardaban todo lo que el camino pudiera pedir: jabón, espejo y peinilla, un par de dados, la imagen de la Virgen del Carmen, tabacos y las cartas de amor que cubrían un mechón de cabello de la mujer amada.
Tiene colgado en la pared de su casa el atuendo típico: Las alpargatas o cotizas; sandalias fabricadas en fique, tela burda, lona resistente o cuero; el poncho o mulera, un retazo de tela rectangular, utilizado por el arriero para proteger su rostro y su cuello del frío; el tapapinche, el sombrero aguadeño; su zurriago, el látigo con que se estimula al animal carguero; el machete o peinilla y el carriel de piel de nutria.
De los elementos que portaba en el carriel, don José conserva por lo menos el 80% de ellos y los mantiene como una colección sagrada en una vitrina que se logra observar al subir los dos escalones que lo separan de la calle. Allí se ve desde el primer jabón con olor que llegó desde Estados Unidos, las agujas y hasta la primera candela que llegó desde Francia para prender el tabaco. Después de largas y fatigosas jornadas, los arrieros descansaban en fondas para preparar la comida e iniciar la tertulia con otros arrieros. A don José lo acompañó Leonidas Gálvez, a quien nunca le faltó la guitarra. Se considera además gestor cultural, compositor musical y coleccionista de antigüedades. En su libro, ?Arriero, pionero del progreso en Colombia? y el cual vende, para tener «unos pesitos con los que vivir?, afirma que aunque la topografía era brusca, la inclemencia del tiempo no era ningún obstáculo para las largas jornadas que se iniciaban desde diferentes veredas llevando panela o café hasta Filandia y otros municipios.
El arriero, en un tiempo que no habían escuelas, tenía una inteligencia única, talento, guapeza y resistencia. Era de temperamento fuerte pero tenía paciencia y manejaba bien el lenguaje, como lo hace aún ahora, mientras habla de lo que tuvo que hacer para lograr la declaratoria del 19 de julio de cada año como el día municipal del arriero en su natal Filandia.
Nació en la vereda Santa Teresita en Filandia en 1938. Siendo el cuarto de siete hermanos, creció en medio de una familia humilde con un fuerte amor hacia el trabajo. Cuenta que los arrieros, con sus pies descalzos o con alpargatas, caminaban largas horas junto a sus mulas. Vestían de pantalones arremangados generalmente hasta la rodilla y cubiertos con un delantal corto y de lona gruesa que denominaban «tapapinche?. Usaban también un poncho delgado, sombrero de caña y un carriel donde guardaban todo lo que el camino pudiera pedir: jabón, espejo y peinilla, un par de dados, la imagen de la Virgen del Carmen, tabacos y las cartas de amor que cubrían un mechón de cabello de la mujer amada.
Tiene colgado en la pared de su casa el atuendo típico: Las alpargatas o cotizas; sandalias fabricadas en fique, tela burda, lona resistente o cuero; el poncho o mulera, un retazo de tela rectangular, utilizado por el arriero para proteger su rostro y su cuello del frío; el tapapinche, el sombrero aguadeño; su zurriago, el látigo con que se estimula al animal carguero; el machete o peinilla y el carriel de piel de nutria.
De los elementos que portaba en el carriel, don José conserva por lo menos el 80% de ellos y los mantiene como una colección sagrada en una vitrina que se logra observar al subir los dos escalones que lo separan de la calle. Allí se ve desde el primer jabón con olor que llegó desde Estados Unidos, las agujas y hasta la primera candela que llegó desde Francia para prender el tabaco. Después de largas y fatigosas jornadas, los arrieros descansaban en fondas para preparar la comida e iniciar la tertulia con otros arrieros. A don José lo acompañó Leonidas Gálvez, a quien nunca le faltó la guitarra. Se considera además gestor cultural, compositor musical y coleccionista de antigüedades. En su libro, ?Arriero, pionero del progreso en Colombia? y el cual vende, para tener «unos pesitos con los que vivir?, afirma que aunque la topografía era brusca, la inclemencia del tiempo no era ningún obstáculo para las largas jornadas que se iniciaban desde diferentes veredas llevando panela o café hasta Filandia y otros municipios.
El arriero, en un tiempo que no habían escuelas, tenía una inteligencia única, talento, guapeza y resistencia. Era de temperamento fuerte pero tenía paciencia y manejaba bien el lenguaje, como lo hace aún ahora, mientras habla de lo que tuvo que hacer para lograr la declaratoria del 19 de julio de cada año como el día municipal del arriero en su natal Filandia.