Médico Psiquiatra. Máster en Psicogeriatría y Demencias.
La era contemporánea que nos ha tocado vivir ha sumergido al ser humano en las profundidades de una laguna contaminada de ruido, imagen, egoísmo, competencia, celos y envidias, en donde el individuo se ha alejado de sí mismo para convertirse en un gregario de masas amorfas que le dictan su manera de ser y estar.
En este mundo postmoderno caracterizado por el consumismo y la tecnología, y como consecuencia de ello, ha producido más daño ambiental en los últimos treinta años que en todos los siglos anteriores. Daño irresponsable y anti-ético con las generaciones futuras, a las cuales les estamos dejando como herencia un panorama desolador con la tierra y sus recursos, pero especialmente con su ser mecanizado e hipnotizado, casi idiotizado, en donde el individuo sólo es importante por lo que consume y por la destrucción que realiza a su medio ambiente en pos de una idea de progreso que se convierte en destructiva e involutiva.
Hay que rescatar al ser humano de tanta indolencia, de ese ahogo que lo lleva a la pérdida de su salud mental, que lo desequilibra psico-emocionalmente, cargándolo de angustia, depresión, adicciones de diversos tipos -las últimas son a internet y a teléfonos celulares- tan peligrosas como el consumo de substancia psicoactivas. Un hombre postmoderno estresado, con su vida a las carreras, sin tiempo para sí mismo, para soñar y deleitarse, para pensar y ser él mismo, no parte de las muchedumbres solitarias.
Ese rescate se da en ambientes puros, compenetrados con la naturaleza y respetándola, en la grandeza de las montañas cafeteras, en la conservación de las quebradas y ríos donde fluye la vida y de la cual dependemos para nuestra supervivencia. Respiramos en nuestro paisaje cafetero aún aire sin contaminar, la vista se estimula con los diversos verdes de nuestros campos, el oído se agudiza con el sonido de las aguas y de las aves que habitan con nosotros, el olfato de nuestros frutos y el sabor de nuestros productos cafeteros nos permiten acariciar las delicias a que todo ser humano tenemos derecho.
El paraíso no hay que soñarlo después de la muerte. El paraíso está en nosotros y con nosotros, en el paisaje cafeter o.











