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Recorrido en globo aerostático, aventura por los cielos del paisaje cafetero

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Angela Morales
Es miércoles y hace más de un mes había programado con  Amancio Sánchez, piloto y creador de la empresa Globos Colombia, que nuestro encuentro sería a las 6:30 de la mañana  de este día frente a la puerta de ingreso del Parque del Café. A pocos metros de ese lugar, se iniciaría una de las experiencias únicas – y esta sí que es única, que pueda vivir un ser humano: Volar en globo aerostático, y mucho más, si se trata de un territorio especial, como es nuestro Paisaje Cafetero Colombiano -PCC.  Para cumplir con este horario, debíamos salir a más tardar a las 5 de la mañana de nuestra casa en Pereira. Como teníamos la expectativa de lo que íbamos a vivir, a las 4:50 ya estábamos en la puerta, listos para vivir semejante aventura.
Para iniciar, los colores del paisaje son diferentes a esta hora.  Las vías están menos transitadas y la gente, que se está preparando para un nuevo día de labores, a esta hora se ve más animada. A la hora señalada  se cumple nuestro encuentro: Amancio llega con su esposa Adriana y el conductor del vehículo que remolca la gigantesca canasta  y el descomunal globo que deberá ser inflado para el logro de nuestro sueño. Con ellos compartiríamos un buen rato de nuestra mañana.
Amancio, de nacionalidad española,  es piloto de globo aerostático desde hace más de 19 años y ha volado por todo el mundo. En el 2011, junto con su compañera quindiana, Adriana Gómez, trajo  a Colombia su primer globo aerostático con el objetivo de fundar una base operativa para ofrecer vuelos turísticos y publicidad en el PCC bajo el  nombre comercial de Globos  Colombia.
Sintiendo una gran confianza en su trabajo, nos desplazamos hacia el lugar donde inicia todo el proceso de inflar el globo. En un parqueadero vacío a esa hora de la mañana que nos transporta a parajes internacionales por los colores y elementos que nos rodean, los hombres bajan la canasta del carro y, luego de pararla y ponerle los elementos de seguridad, descargan la vela o el globo, como lo conocemos nosotros. Poco a poco, mientras empieza a inflarse gracias a una intensa llamarada de helio, Adriana nos cuenta sobre la historia de la aerostación y los principios que manejan para poder regalar experiencias únicas a todos quienes se atreven a vivirla. Desde ese preciso momento nos damos cuenta que debemos tomar todas las  fotos que podamos y que, a pesar de estar un poco nublado, no tenemos nada de que preocuparnos.
Nos montamos. Abordamos. Cuando menos pensamos estamos en el aire. Abajo y cada vez más diminutos, observamos los cuerpos de nuestros familiares que no cesan de mover sus brazos alborozados y capturar con sus celulares imágenes de un recuerdo que llevaremos por siempre  en el alma. Amancio empieza a hacer sus cálculos y está en permanente contacto por radioteléfono con las autoridades del aeropuerto el Edén y sus compañeros de labores para garantizar que las condiciones atmosféricas sean las adecuadas. El globo sube y sube sin cesar, hasta alcanzar las nubes porque, aunque él dice que es más lindo cuando está completamente despejado, nosotros no nos cambiamos por nadie porque es como estar en un sueño, rodeados de blanco y en medio de un panorama espectacular  que solo se experimenta en un mirador de 360 grados a  mil metros de altura, altura casi imperceptible para nuestros sentidos por la lentitud o calma con la que la alcanzamos.
Bajamos un poco,  y empezamos a movilizarnos por encima de Montenegro y del bello colorido de  verdes en que se funden los cafetales y las  casas típicas de las fincas hoteles y de recreo que ofrece esta zona del PCC.  En el fondo, imponente, la ciudad de Armenia y al otro costado, Quimbaya y el inmenso valle que se pierde en el  horizonte nortevallecaucano. La sombra de nuestro globo sigue su paso lento por la alfombra verdolaga y de cemento que avistamos en tierra.
El saludo constante de las personas pequeñas que vemos desde la altura, nos hacen sentir que la madrugada valió la pena más de lo que habríamos alcanzado a imaginar. El recorrido dura unos 30 minutos, durante los cuales el calor y el sueño no existen. Solo la emoción y la hermosura del paisaje nos sorprenden y se apoderan de nosotros. El intenso calor de la llamarada que sostiene el globo, no nos hace daño ni nos incómoda  para vivir con plenitud esta comunión con la naturaleza y la vida.
El aterrizaje, en inmediaciones de una casa típica azul con fucsia que están reparando, no es tan fuerte como nos advierten, pero al bajar, nos emociona más ver la sonrisa en las caras de las personas y como termina toda la aventura. Ayudamos también con la desinflada del globo y, al revisar celulares y cámaras, nos damos cuenta que por poco se acaban las memorias de todo lo que alcanzamos a hacer y convencernos aún más,  que esta aventura es una experiencia única de esas que solo podemos vivir en el PCC

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