Geross
Acercarse a la obra de la artista Diana2015 Zuluaga es hacer un viaje a la naturaleza, a la vida, a la luz, a la tranquilidad, a la esperanza, al origen de la felicidad, es decir, es ir al campo y encontrarse con el verdadero sabor del oxígeno, de la razón de ser de la existencia, pues todo lo suyo (hasta ahora, porque ella pretende explorar nuevos rumbos), evoca al verde de la clorofila y al rojo y amarillo de los carotenos y la xantofila, pues su obsesión ha sido y es hasta nuestros días, retratar la fuente de la vida que Dios nos puso para ayudarnos a soportar de la mejor manera, la vida y con ella, sus cientos de verdes, de rojos, de amarillos y esa amplísima y fantástica gama de colores que hasta inventa y redescubre, para gozarse el arte en todas y cada una de sus creaciones.
La artista Diana, poseedora de unas preciosas manos con las que se regodea para danzar sobre las telas blancas que pone frente a sus ojos en su inteligente taller, traduce perfectamente la naturaleza, haciéndola suya en todas las obras de arte que produce al compás de una música suave que la lleva por los aires azules cuando se inspira, dibujando la Creación en sus más impactantes pero preciosos detalles, los que en las exposiciones al juntarse con la mirada del observador, se convierten en verdaderos paisajes naturales llenos de esa fragancia que el Ser Supremo destinó solo a sus más hermosas criaturas naturales.
En una inmensa sala de arte, cuando Diana distribuye sus obras, el espectador se enfrenta (o mejor encuentra) con hojas, flores, guaduales, ramas, brumas, nubes y caudalosos ríos, que el ojo inconscientemente junta, para descubrir esos paisajes que embellecen de manera muy particular el sitio que los alberga.
Su pincelada es fuerte y tierna a la vez, sus trazos son precisos, los colores son los que la belleza implora y sus composiciones son muy únicas, diferentes y encantadoras.
Estamos sencillamente frente a una verdadera exponente de la nueva manera de hacer arte.
Acercarse a la obra de la artista Diana2015 Zuluaga es hacer un viaje a la naturaleza, a la vida, a la luz, a la tranquilidad, a la esperanza, al origen de la felicidad, es decir, es ir al campo y encontrarse con el verdadero sabor del oxígeno, de la razón de ser de la existencia, pues todo lo suyo (hasta ahora, porque ella pretende explorar nuevos rumbos), evoca al verde de la clorofila y al rojo y amarillo de los carotenos y la xantofila, pues su obsesión ha sido y es hasta nuestros días, retratar la fuente de la vida que Dios nos puso para ayudarnos a soportar de la mejor manera, la vida y con ella, sus cientos de verdes, de rojos, de amarillos y esa amplísima y fantástica gama de colores que hasta inventa y redescubre, para gozarse el arte en todas y cada una de sus creaciones.
La artista Diana, poseedora de unas preciosas manos con las que se regodea para danzar sobre las telas blancas que pone frente a sus ojos en su inteligente taller, traduce perfectamente la naturaleza, haciéndola suya en todas las obras de arte que produce al compás de una música suave que la lleva por los aires azules cuando se inspira, dibujando la Creación en sus más impactantes pero preciosos detalles, los que en las exposiciones al juntarse con la mirada del observador, se convierten en verdaderos paisajes naturales llenos de esa fragancia que el Ser Supremo destinó solo a sus más hermosas criaturas naturales.
En una inmensa sala de arte, cuando Diana distribuye sus obras, el espectador se enfrenta (o mejor encuentra) con hojas, flores, guaduales, ramas, brumas, nubes y caudalosos ríos, que el ojo inconscientemente junta, para descubrir esos paisajes que embellecen de manera muy particular el sitio que los alberga.
Su pincelada es fuerte y tierna a la vez, sus trazos son precisos, los colores son los que la belleza implora y sus composiciones son muy únicas, diferentes y encantadoras.
Estamos sencillamente frente a una verdadera exponente de la nueva manera de hacer arte.